Juanelo les sonrió a todos en la oficina. "A mí no me va a agarrar ningún monstruo de las plantas", dijo entornando los ojos. Por la rendija de la puerta entreabierta, una pequeña mano de Eolo apagó las velas en el escritorio. Era media noche. Todos estábamos asustados. Cuando gritamos su nombre, nadie respondió. Un olor a verde y una frescura que hinchaba el pecho como único preludio. El fin.

Orinar en un baño bajo Easy Listening Jazz es como orinar en un elevador.

Si uno sacara la cuenta de todo lo que ha escrito, todos los lugares en los que ha visto desmoronarse el piso bajo el efecto de las drogas, todas las bocas sonriendo que ha besado, todos los niños hediondos cruzados en su camino, todas las imbéciles entradas al Facebook, al Myspace, a los múltiples y polifacéticos blogs de siempre, todos los miedos a la hora de hacer el amor, todas las veces que ha borrado un dibujo malhecho, todas las maldiciones provocadas por una computadora trabada, todos los Manzana Zeta o Control Z de su vida, uno podría dejar de quejarse y pasarse la otra mitad de su existencia en la contemplación del bello mosaico.

Cuando escribir es como dormirse por estar aburrido.

Cuando no se tiene nada que decir, cuando la literatura no es más que una y la misma historia, una y otra vez, cuando la conciencia se expande con el tiempo y se llena de tinta china, cuando no te amo, cuando no amo a nadie, cuando no mi reflejo no sostiene la vela que esparce su luz por toda la habitación.
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1979. Durango. Uno de los mayores exponentes de nada en especial. El jugador más importante en su entorno inmediato. Detractor acérrimo y amante ingenuo de la existencia.