Navidad.

Les dijo mil veces que el Nocturno en Do menor de Chopin tocado al revés lo conminaba a quitarse la ropa y gritar blasfemias en medio de la nieve. Sus padres lo tacharon de outsider; sus maestros, de haragán faquiroide. Un sacerdote israelí comenzó el ritual del exorcismo el domingo a las 12:00 de la noche. Habló latín, griego, portugués moderno y un dialecto esquimal ya olvidado por todos. Cuando comenzó la primera levitación ya estábamos aburridos. Le colgamos lacitos y moños y una serie de foquitos nueva y cantamos villancicos a su alrededor.

La Temperamental.

Crees que todo va bien, que las cosas no pueden ir mejor, que la Rueda de la Temperamental giró y ahora estás arriba de nuevo. Hasta que la limousina en la que viajas le aplasta el pie a una pequeña fan, ella te demanda, tú ni siquiera notaste el pequeño bump en tu intoxicado trayecto a los Grammy, las televisoras le regalan montones de tiempo al aire y conmiseración, tus hordas de admiradoras organizan quemas masivas, tus hordas de detractoras bailan y hacen el amor entre el humo del vinil quemado, te arranas entre el terciopelo rojo de tu siilón Venish, cambias el canal a donde nadie te conozca, lloras y aspiras tanta cocaína que la nariz te comienza a sangrar, te asustas, llamas a gritos a la servidumbre, quienes duermen estertóreos y hartos de verte en el piso entre lágrimas y heces, ahogado en alcohol y autocompasión. Nada pasa después. Te quedas dormido. Simplemente todos se quedan dormidos.

La niña ganó el Grammy a la Mejor Celebrity de la Vida Real. La canción que orgullosamente presumiste como propia en los tabloides quedó en el 256avo lugar de los rankings. Todo va mal. Todo va horrorosamente mal,.
Escribir sobre lo que se trae dentro es ser como un perro que se huele el trasero.
El deseo más caro de la humanidad para siempre en medio del aleteo de una abeja. Me siento traquilo, me siento tranquilamente, con un café entre mis garras de muerto, a observar el trasero de Afrodita cruzando la calle. La luz luce lánguida y lenta libélula leal a la luna. Es miércoles otra vez y apenas estoy alcanzando la Completa Iluminación cuando otra vez, con una sonrisa de lado, me distraigo con algo.

Una jauría de caballos vagabundos.

Y salgo de mi casa y un hato de caballos sin silla se apresura al oírme abrir la puerta, como una pandilla de perros sueltos. Una muñeca colgada de cabeza me da la bienvenida a la entrada de mi calle, como una advertencia, como una esfera de navidad, como un Odín sucio y sin brazos. Sin manos. Bella y sabia sibila a la entrada de mi nueva vida. Soy feliz.

Al final.

Acercamiento al ojo derecho. Una luz viene del fondo y abarca todo el panel. Música de fondo: This is the end. Cielo abierto, un avión que pasa lentamente, con todas y cada una de sus ventanillas reconocibles. Frío y lluvia. Ahora camino al trabajo, un segundo y ahora estoy dormido, un segundo y ahora lloro ante el final de la teleserie. Hamburguesas y televisión. Cumpleaños. Cada vez menos tiempo cada vezm enos tiempo cad avezmenos tiempo. El suelo se acerca y sé, con todo mi corazón sé, que ya estoy muerto desde antes.

Paseo dominical.

Caminaban Marga López y Arturo de Córdova del brazo por la Alameda. Comentaban sobre el clima, sobre las aves del campo, sobre la vida que es una mancha de tinta en el trabajo perfecto de Dios. Un elefante enloquecido atraviesa la escena. Arturo, gallardo, desenvaina su espada dorada y se pone al frente, Marga se esconde detrás de un árbol. Pelea a muerte, destrucción de jardines, un árbol cae como un gigante sobre un organillero. Cuando Marga abre los ojos, un olor pesado de sangre ya había llenado su nariz. La cabeza de Arturo de Córdova rueda hasta su regazo. No se sabe cómo un elefante pudo decapitar a un hombre. El elefante fue sacrificado.
Al final sí se trata de parar la jaula de monos que trae uno en la cabeza, soltar la silla que vibra en el viaje por el agujero del gusano, sentarse en flor de loto y cerrar los ojos en medio del estruendo de la tormenta y otras tantas imágenes de lo mismo.

Es bien bonito despertarse con la lluvia.

Pide lo que quieras, dicen en todos lados. Lo que decretas es que se vuelve realidad, escriben en los diarios.
Yo pedí que amaneciera lloviendo. Que todos los días del año amaneciera lloviendo.
Mi foto
1979. Durango. Uno de los mayores exponentes de nada en especial. El jugador más importante en su entorno inmediato. Detractor acérrimo y amante ingenuo de la existencia.