El deseo más caro de la humanidad para siempre en medio del aleteo de una abeja. Me siento traquilo, me siento tranquilamente, con un café entre mis garras de muerto, a observar el trasero de Afrodita cruzando la calle. La luz luce lánguida y lenta libélula leal a la luna. Es miércoles otra vez y apenas estoy alcanzando la Completa Iluminación cuando otra vez, con una sonrisa de lado, me distraigo con algo.

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1979. Durango. Uno de los mayores exponentes de nada en especial. El jugador más importante en su entorno inmediato. Detractor acérrimo y amante ingenuo de la existencia.